Todo tiene una fecha de nacimiento, un momento en el que algo pasa a existir. Al menos a los seres humanos nos encanta ponerle fecha a todo, datarlo todo. Nos da seguridad creer que el tiempo no es algo intangible, si no que es algo que sirve, que nos lleva a la realidad. Por eso la fecha del 15 de septiembre de 1997 debe quedar marcada en la memoria de todo buen mallorquinista.
El Mallorca llegaba a la tercera jornada de liga tras haber derrotado al Valencia por 2-1 en el primer partido de liga y haber sacado un meritorio 1-1 en el siempre difícil estadio de Riazor (y más para un recién ascendido) ante el Deportivo de La Coruña. La euforia, por supuesto, estaba contenida, aún podía ser todo un espejismo, una sorpresa inicial que, poco a poco, nos devolviera a la realidad y a los bajos fondos clasificatorios, nuestro hábitat natural desde siempre en Primera División. Esa noche del lunes 15 de septiembre, en el periódico gratuito que se entregaba a la entrada del añorado Lluís Sitjar se hablaba precisamente de eso: ilusión por el buen arranque, pero los pies en el suelo bien firmes por si acaso algún rival nos ponía en nuestro sitio en breve. Héctor Cúper, prudente siempre y muy comedido, era el primero en frenar la euforia. Total, al Valencia se le había ganado en los últimos minutos y en La Coruña se había sufrido mucho para conseguir el empate. Sufrimiento era una de sus palabras claves. Esa noche, por primera vez en la liga bajo los focos y las cámaras de Antena 3, Cúper mandó al campo a Roa, Olaizola, Iván Campo, Marcelino, Romero, Mena, Engonga, Stankovic, Valeron, Moya y Amato. Delante el Sporting de Gijón, un histórico. Cuando el delantero de los asturianos Kosolapov, al rematar un falta lateral, mandó el balón a las redes del Lechuga Roa el campo pareció despertar de un sueño. El Sporting dominaba 0-1 y devolvía al Mallorca a su verdadera realidad. Pero no. Fue uno de esos currantes del balón que tanto gustaban a Cúper el que siete minutos después puso las tablas en el marcador. Óscar Alcides Mena, al recoger un rechaze de la defensa anotó el 1-1 y, de paso, el que suponía el gol 400 del Mallorca en Primera Divisón. Cuando el madrileño Esquinas Torres mandó a los vestuarios a Mingo por doble amonestación en el minuto 32, el partido se volvió cuesta abajo para el Mallorca. El Sporting se rompió y Moya, tras finalizar una bonita combinación con Valerón puso al Mallorca en ventaja al borde del descanso. El gol había sido tan bonito que la gente empezó a hacer ondear las hojas de los periódicos que regalaban en la entrada al campo. Y el Lluís Sitjar se tiño de hojas de periódico que emulaban a los pañuelos. Y ese primer muchacho que ondeó la hoja de periódico, sin saberlo, sin premeditación, modificó la historia del Mallorca, la historia del Lluís Sitjar para siempre. Y los argenitinos que había detrás de la portería del fondo sur (da igual si entraban con entradas pagadas, con invitaciones o colándose) empezaron a entonar una canción nunca escuchada en el viejo campo del Mallorca. Y el Mallorca fue un sentimiento. Y ellos, Darío y compañía, tampoco pretendían pasar a la historia y el Lluís Sitjar no era la Bombonera ni el Monumental ni el Nuevo Gasómetro ni Parque Patricios, ni falta que hacía. El Lluís Sitjar era una fiesta de hojas de periódico al viento y el Mallorca un sentimiento que se lleva muy adentro.
El Mallorca ganó ese día 6-2 (Mena, Moya, Amato, Monchu 2 y Villarroya en propia puerta), consiguiendo la que fue mayor victoria hasta la fecha en Primera División. Cúper siguió con su discurso de humildad y los jugadores creyeron en él y la afición creyó en él y en los jugadores. Y el Mallorca acabó quinto en la liga y perdió la final de Copa. Pero lo más importante es que conseguimos una identidad, una unión. Rojo y negro hasta que me muera.